sábado, 30 de octubre de 2021

Microrrelatos de Terror (fuera de concurso)

¡Buenas y lluviosas tardes!

Hace un día estupendo para disfrutar de mil y una actividades que se puedan hacer en casa, y por eso os proponemos ambientar el día con los microrrelatos de terror que habéis enviado al concurso...

En esta primera entrada incluimos aquellos que, por extensión o por voluntad de quien los envió, no pueden optar a premios. A continuación iremos publicando el resto, dedicando una entrada a cada categoría.

En vista de la acogida que ha tenido el concurso, proponemos que, en lugar de un jurado, sea el público quien vote, a través de comentarios en el blog, y también  en nuestra cuenta de Instagram (@comunicazahara), dando me gusta a las distintas publicaciones. Las votaciones se cerrarán el próximo viernes 5 a las 18:00h, y la semana siguiente se anunciarán los relatos ganadores y el día de entrega de premios y diplomas.

¡Disfrutad!

Alas, por Emilia Ayúcar

El chico abrió la puerta de su casa. Pasó por el pasillo. A medida que iba avanzando, como en un palomar, plumas de distintos tipos caían desde el techo como motas de polvo. Desde el salón se oía un leve gemido. El chico fue al salón. Sus pies se mojaron en sangre. En una esquina su madre lloraba de dolor con un leve balanceo. Mientras se intentaba cubrir la boca, se distinguían unos hilos cosidos en sus labios, sellando su boca. Al lado de su madre, su hermana tendida en el suelo, respiraba débilmente. Donde estaban sus ojos, dos abismos negros los remplazaban. A los lados de su cabeza en lugar de sus orejas, tan sólo había sangre por todas partes, que las plumas cubrían. Su padre yacía en un lateral. En el lugar de su corazón, un gran agujero del que manaba sangre. Sobre el suelo escrito con sangre, dos frases: "Me impedisteis volar por mucho tiempo. Ahora yo os he cortado a vosotros las alas."

 

 

Un monstruo viene a vernos, por el Doctor MUY Extraño

El tiempo pasaba inexorablemente. Un escalofrío recorrió su espalda a la par que el sudor frío comenzaba a empapar su ropa. Diez y cincuenta y cuatro. Había pensado en acabar con todo pero, ¿qué sería de su familia? ¿Cómo saldrían adelante en el trabajo? Se le echaría en falta seguro. La pistola parecía llamar a gritos desde el cajón. ¿Merecía la pena pasar por todo esto? Diez y cincuenta y seis. El corazón bombeaba frenético y la sangre martilleaba en su sien. Abrió el cajón, agarró la pistola. Diez y cincuenta y ocho. De repente ocurrió: alguien llamaba a la puerta. Diez y cincuenta y nueve. “Adelante”, balbuceó con un hilillo de voz. “Buenos días”, saludó abriendo la puerta un hombre estirado de gesto adusto, “a ver esas programaciones”.



La sombra, por IvCG

Desde que era pequeño, recuerdo una caja de música que tocaba una peculiar sinfonía, un tanto tétrica y melancólica a la vez.
Una tarde que toqué esta caja y terminó de sonar, me llamó la atención algo en el jardín: una silueta, negra…
Casual que tal sombra estuviese en la zona más tenebrosa del bosque exterior, cuyo temor me daba acercarme.
Esa noche no pude pegar ojo.
Era de madrugada, cuando se me ocurrió ir a tocar la caja para aliviarme.
Fue girarme, cuando noté una garra, áspera, deslizándose como un tentáculo.
Entonces lo vi, era la cosa más horrible posible para la vista: unos ojos rojos y oscuros, y un centenar de colmillos en una boca grande y sarcástica.
Era enorme, negro y lleno de extremidades alargadas. Parecía el mismo diablo.
Veinte años después... Llevo en el coche varias horas. Son las tres de la madrugada, suena esa canción…
Está en el bosque…
Es la sombra…



El médico, por Lucía Cruz Gómez

Desde pequeño, me sentí diferente, siempre estaba solo y genial, he triunfado y conseguido lo que todos desean Pero mi vida era una rutina monótona. Rezaba por no volver a abrir los ojos, no dar un paso más,  no pensar. Quería tranquilidad. Dentro de mi miserable existencia, solo quería soledad. Un día de octubre me encontraba en un jardín inmenso cuando alguien me llamó la atención. Un señor mayor que parecía trabajar alli me contó millones de anécdotas suyas, sobre gente que paseaba y situaciones que vivía. Entrada la noche me dijo: - Trabajar aquí me ha quitado el miedo, nunca sabes con quién hablas hasta que te das la vuelta.  Sabía que te conocía de algo, cómo no conocer al médico asesino. No te han dejado descansar por lo que veo. El cielo cerró sus puertas a un psicópata que tiene que deambular por un triste cementerio. Ahí recordé quién era, una triste alma en pena un 31 de octubre.



Una canción para dormir, por Curro

Es el dia mas feliz de mi vida. Estoy en un hospital con mis padres esperando a que mi mujer se recupere del parto . Ha nacido mi hija y la tengo entre mis brazos meciéndola. De repente, empieza a llorar. Intento que se relaje pero no soy muy experto todavía y acabo desesperado. Es ahí cuando, finalmente decido cantarle una canción que inunda mis recuerdos de cuando era pequeño, mas exactamente de cuando tenia 8 años. Esta canción me la cantaba mi madre todas las noches y siempre para ayudarme a dormir.
Empiezo a cantar esa nana que tan bien recordaba de mi madre y de cuando me acariciaba cuidadosamente. Cuando acabo de cantarla miro a mi madre. Esperando ver alguna reacción en ella pero solo dice:
-Que canción más bonita, ¿dónde la has oído?
Es en ese momento cuando me doy cuenta que no era mi madre quien me cantaba y me acariciaba por las noches.



El sueño eterno, por Lázaro Granados.

Yo me encontraba sentado, frente a la chimenea de mi biblioteca, medio dormido en mi sillón de terciopelo rojo, era un sillón bonito, al menos para mí lo era, a Anne, mi esposa, nunca le gusto, solía decir de él que el color rojo era vulgar, y que estaría dispuesta a transformarlo en  ceniza si no me deshacía de él, era una mujer decidida, que no se dejaba llevar por la opinión de nadie.
Ella murió hace un año, esta misma noche, pero su mirada estará siempre clavada en mi cuerpo, sentado y agotado en el sillón que siempre despreció, ya que frente a mí se hallaba su retrato, un retrato de enormes dimensiones. Y eso no me gustaba nada. Porque guardo un terrible secreto desde el día que falleció.
Yo solo me casé con ella por dos motivos: por dinero y por su belleza. Acababa de ser despedido y pasaba por un mal momento, tenía deudas pendientes, que cada vez se acumulaban más y más. Pero de repente, por azar del destino, coincidimos en la fiesta de un amigo, cuando la vi y hablamos, me sentí como nunca me había sentido en mi vida. Fue la primera y la última vez que me enamoré. Tres meses después nos casamos. Fue ese rayo de esperanza el que me sacó de la miseria.
Pero cometió un error once meses después, el divorcio, ella quería divorciarse de mí ya que no parábamos de discutir.
 Tres meses antes conseguí ser el sacerdote de la iglesia del pueblecito donde residíamos, St. Paul, y si ese asunto salía a la luz, perdería las dos cosas que más amaba en este mundo, ser sacerdote y a Anne.
Yo no quería hacerlo y que Dios me perdone por mezclar una gota de arsénico con su copa de vino diaria, pero no tenía otra opción.
Estaba sentado con un libro sobre mi regazo, El sueño eterno, se llamaba, no sé cómo ni por qué, pero el día justo después del funeral, se me metió en la cabeza, no podía pensar en otra cosa, fui a la biblioteca en la que me hallo y lo encontré,  estantería tres, fila ocho, columna seis; tres, ocho, seis; ¿De qué me sonaban esos números? La fecha de nacimiento de Anne. Tres de agosto de mil novecientos seis.
-Coincidencias de la vida- dije.
Aquello me atemorizaba un poco, pero era un buen libro.
Mientras descansaba en mi biblioteca un ruido me sobresaltó, venía de la habitación de al lado, la de Anne, me acerqué hacia la estancia con mi corazón palpitando, cuando estuve en la puerta, con un rápido movimiento entré en su dormitorio para observar que era aquel ruido, y que hallé: oscuridad y nada más. Me decidí y con sigilo me adentré en el umbral de los aposentos de Anne, de repente, una música empezó a sonar. Incliné mi cabeza con mi corazón a un ritmo desorbitado y vi su tocadiscos encendido, un disco sonaba, su disco favorito, la novena sinfonía en re menor de Beethoven, la ponía todas las noches antes de dormir, le gustaba Beethoven.
-El viento -dije tratando de encontrar una explicación lógica a este suceso-.
-La ventana está abierta, luego ha debido de ser la corriente-.
Ya estaba mucho más tranquilo, habiendo encontrado una razón por la que el tocadiscos estuviese encendido, así que me dirigí hacia la mesita donde se encontraba el aparato, intenté apagarlo, pero me costó, era antiguo y estaba medio oxidado, hacía falta fuerza, fuerza de la que carecía el viento aquella noche. Corrí al cuarto de baño de Anne, que era la segunda habitación a la derecha, abrí el grifo del lavabo y me empape la cara con agua cuando, sin ni siquiera esperármelo, algo me empujo la cara contra el espejo, estuve a punto de gritar, pero un corte en mi garganta me lo impidió. Cuando levanté mi rostro, lleno de cortes debido al cristal percibí un olor a quemado, provenía de la biblioteca, corrí para ver lo que sucedía  y vi como mi sillón de terciopelo se quemaba, en solo unos segundos el fuego se extendió por toda la habitación, estaba atrapado, todo ardía, salvo el retrato de Anne y el libro que yo leía, en pocos minutos yo me hallaba muerto, en medio de la habitación, fue Anne la responsable, estoy seguro, acababa de cumplir su venganza y desde entonces vigila mi cadáver sobre la alfombra. Aun sabiendo que nunca despertaré de mi sueño eterno.

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